Celeste Olalquiaga ~ What do you think about dust?


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‘me pregunto ¿dónde es más incómodo? Pienso que es en la piel porque el polvo es una piel, es la piel de las cosas, es la piel del mundo’

¿Qué piensas del polvo?

Celeste Olalquiaga: Pienso que el polvo es el gran residuo de la cultura.

Céline Fercovic: ¿Haz conceptualizado el polvo en tu trabajo, y si es así, de qué manera lo has hecho?

C.O.: En mi trabajo el polvo ha estado presente desde el Reino Artificial[1]. De hecho ha estado presente desde Megalópolis[2] cuando comencé a estudiar las ruinas de la modernidad, pero fue en el Reino Artificial donde le dediqué todo un capítulo.

Conceptualmente me interesa el polvo como parte de la modernidad. El polvo es el gran residuo de la cultura, de los objetos, de los artefactos, de lo que va quedando de los seres humanos. El polvo es residuo de la manufactura humana. A mi me gusta mucho pensar siempre en la metáfora del fondo del mar, porque el fondo del mar está compuesto de puros residuos: de esqueletos de animales, de barcos, de todas estas cosas que van cayendo. Lo que cae se deshace y se convierte en el fondo marino, pero también en arena. Además, el polvo es como el plástico en el mar, es ese tipo de residuo.

Pienso el polvo como toda una capa geológica, pero a mi me gusta extrapolar esa capa geológica a la cuestión urbana para pensar en las ciudades como esos depósitos de polvo. Más allá que el polvo esté presente en el aire que respiremos, es una capa de residuos con la cual convivimos continuamente. Entonces veo el polvo, primero en función de la modernidad y también de los objetos.

De todas maneras, física y personalmente a mi el polvo me molesta. A mi me gusta verlo artísticamente, es decir, conceptual y estéticamente. En eso coincido contigo y con lo que ustedes buscan recolectar en su página web haciendo esta pregunta tan libre. Desde lo estético, como te decía, lo que es contingente e interesante del polvo es su completa oposición a la virtualidad y a toda la era digital, ambos son mundos absolutamente diferentes.

C.F.: Entiendo, pero a veces pienso que hay un tipo de polvo también en lo digital. Quizás no como lo conocemos en su versión física – real, pero sí en su versión conceptual. ¿Qué sería el polvo en la era digital? Tendríamos que leer la destrucción de la ingeniería informática o la trasformación de sus códigos en algo residual, ¿puede erosionarse la programación web, por ejemplo? No lo sé, pero me da gracia imaginar una pelusa –pixel que de apoco se vaya comiendo todo el mundo digital.

 

‘Aristóteles decía que entre todas las cosas, es decir, entre uno y las cosas siempre hay un espacio, él pensaba que ese espacio era aire. Yo creo que en la modernidad ese espacio es el polvo’

 

C.O.: Lo que pasa es que las cosas digitales no producen ese tipo de residuos, pero si los reciben, de hecho pueden ser cubiertas de polvo y dañadas por el polvo. El polvo es táctil, y esa es la cualidad que más me interesa de él: el hecho de que se pueda tocar. De alguna manera la digitalidad tiene dos acepciones: tiene la acepción binaria de los dígitos numéricos, pero también la de los dedos. Entonces cuando usamos lo digital, todavía nos estamos comunicando corporalmente con los aparatos a través de los dedos, pero ya va a venir otra época en que no vamos a necesitar el contacto táctil. Por ahora son los dedos, son los dígitos, los que de alguna manera comunican el mundo pre virtual y el mundo virtual en que estamos viviendo. Y a través de los dedos es como uno percibe el polvo, o sea, también se respira, también se puede ver, pero, me pregunto ¿dónde es más incómodo? Pienso que es en la piel porque el polvo es una piel, es la piel de las cosas, es la piel del mundo.

Sinceramente pienso que por eso genera incomodidad, de alguna manera crea un intermedio entre la cosa y tú. Aristóteles decía que entre todas las cosas, es decir, entre uno y las cosas siempre hay un espacio, él pensaba que ese espacio era aire. Yo creo que en la modernidad ese espacio es el polvo porque está cargado de residuos urbanos de todo tipo, no solo de los muebles, sino también de los cuerpos.

C.F.: ¿Y qué piensas de estas ciudades que progresivamente se hacen más tecnológicas, que odian la suciedad y las superficies rugosas, que prefieren lo liso, el vidrio, los reflejos y lo brillante? Estoy pensando en lo que Rem Koolhaas asocia a la arquitectura posmoderna. ¿Cómo piensas tú de esta ciudad obsesionada por lo híper higiénico y que precisamente busca desprenderse de esta capa intermedia a la que te has referido?

C.O.: Bueno, esa ciudad siempre va a tener su contraparte. Entonces lo que va pasando es que esos residuos se van desplazando a las periferias y se van llenando de connotaciones despectivas como “zonas oscuras” o “sucias” de la ciudad.

 

‘mi trabajo es el polvo de las estrellas modernistas’

 

C.F.: ¿De alguna forma, esa suciedad representaría lo marginal?

C.O.: Claro, va representando todo eso. Además hay un doble estándar, porque mientras la ciudad se va híper tecnologizando también va produciendo muchos residuos, entonces esa ciudad “híper higiénica” es una ficción. Y respecto a lo mismo, creo que de todas maneras el determinante final es el cuerpo. El cuerpo no es limpio, está siempre secretando líquido y cosas, por eso, en algún momento dado el cuerpo orgánico se va a convertir en el eje más problemático para la sociedad tecnológica. Y tal como sucede en los escenarios creados por la ciencia ficción, aparecerán los cuerpos artificiales que se irán haciendo cada vez más perfectos hasta lograr descartar nuestros propios cuerpos como basura (ríe).

C.F.: (ríe). O quizás simplemente se invente una nueva capa para el cuerpo, como un traje de pie a cabeza que todos tengan que comprar por internet (ojalá el mío sea gris) para poder evaporar nuestras secreciones.

C.O.: Yo creo que va a llegar un momento en que efectivamente el cuerpo sea el gran problema, sea ese polvo que hoy molesta tanto. El cuerpo se convertirá en un residuo orgánico inaceptable para la tecnología que es absolutamente limpia o, mejor dicho, que se presenta limpia. Como tu dijiste, la ciudad contemporánea quiere ser limpia, lisa, sin esquinas, pero su tecnología es perversa aunque no lo represente.

Todo esto sobre el polvo me hace pensar mucho en una película que fue tan precursora como Odisea en el espacio donde finalmente la máquina tiene sentimientos, o sea, la máquina reacciona porque tiene sentimientos y bueno, es eso también lo que pasa con los replicantes en Blade Runner. Yo pienso en el cuerpo como la frontera final, y estos ejemplos, ya instalados en la cultura de masas, ayudan a potenciar esta idea.

En 1993 co-curé una exposición que justamente se tituló The final frontier[3]. Con ese título reflexionamos sobre las relación entre cuerpo y tecnología para posicionar el cuerpo no sólo como un espacio biológico, sino también como un espacio social en disputa. Si pensamos en la superficie de nuestro cuerpo, en nuestra piel, te das cuenta que estamos desechando células muertas todo el tiempo y eso forma parte del polvo que respiramos. Recuerda que después de la caída de las Torres Gemelas se comentó en la prensa que durante muchos meses se respiraba un polvo que además de incluir la pulverización de las Torres, incluía las tres mil personas que murieron.

C.F.: Como si hubiesen sido incineradas.

C.O.: Claro, Entonces cuando uno respira, está respirando tantas cosas.

El polvo es una capa intermedia y nuestra cultura tiene poca tolerancia para las cosas intermedias, le gusta que todo sea muy definido, uno o lo otro. Bueno, ahora está todo lo trans en términos sexuales, pero incluso ahí hay muchas trampas porque hay muchos intentos de definición que a mi parecer no necesitan tanta categoría. Pero bueno, mi trabajo es el polvo de las estrellas modernistas. Y como ahora estoy muy dirigida a todo lo que tiene que ver con la piedra vuelvo a pensar en la erosión que constituye el polvo. Por otra parte, las piedras y minerales son una de las razones por las que me siento tan atraída por Chile.

C.F.: ¿Existen las ruinas modernas sin polvo?

C.O.: ¡NO! imposible. Las ruinas son ruinas porque están en proceso de desintegración. Son muy orgánicas, están vivas y están en descomposición activa, no pasiva. De ellas se podría decir que son pasivas porque no son agentes, pero eso es un punto de vista limitado. Las ruinas son activas en el sentido de que algo ocurre día a día, ese algo es su descomposición. Al igual que nosotros, se van convirtiendo en polvo.



Celeste Olalquiaga, Doctorada en polvo. Investigadora e historiadora cultural.

Su trabajo transmite la sensibilidad contemporánea de la ciudad, uniendo el rigor de la documentación histórica con una impetuosa creatividad. Desde su interés por las ruinas modernas y los efectos de la naturaleza, es que ha escrito libros como Megalópolis (1992), El Reino Artificial (1998) y el reciente Downward Spiral: El Helicoide’s Descent From Mall to Prison (2018), editado junto a Lisa Blackmore. Esta última publicación reúne parte de la investigación que dirige en Proyecto Helicoide, y está destinado a re-valorizar el patrimonio cultural y social contenido en este edificio construido sobre la Roca Tarpeya en Caracas.

Imagen del Helicoide, Nelson Garrido, 2012.



[1] Olalquiaga, Celeste (1998). The artificial kingdom: a treasury of the kitsch experience USA: Pantheon.

[2] Olalquiaga, Celeste (1992). Megalopolis : Contemporary Cultural Sensibilities. USA: University of Minnesota Press

[3] The final frontier (1993) curada por Celeste Olalquiaga y Lisa Cartwright en New Museum, Nueva York. https://archive.newmuseum.org/exhibitions/228

 

 

 

 

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