Pablo Rodríguez Blanco ~ Dos árboles y una rama


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i. Rama café

Hay una pequeña rama en el lavaplatos. Es una perfecta y pequeña línea oscura, casi negra que en otra escala podría ser un elegante mobiliario dentro de un enorme salón blanco. Es suficientemente pequeña como para ser el residuo que quedó de otra rama más grande, pero lo suficientemente grande para saber que no pudo entrar por la ventana arrastrada por el viento. Mientras limpio algunos tachos, la aparto violentamente, como si con este movimiento quisiera desplazarla más lejos. Es una rama genérica, café oscuro. Tiene forma irregular debido a que, alguna vez, otras pequeñas ramas fueron parte de una misma sección, de una misma gran rama. Intento no tocarla, porque al rosarla siento que estoy cediendo y aceptando su presencia en el lavaplatos. La dejo en el lavaplatos porque alguien, alguna de las tres personas con las que comparto mi taller, la dejó ahí por descuido, y creo que esa persona debería hacerse responsable. Mientras seco, pienso que esta rama podría ser la pista de algo más: un instrumento para fumar, el paso de un animal, una pelea desenfrenada.

En voz baja, le pregunto a una compañera si ella sabe de dónde salió esta rama. En lugar de hablar, ella prefiere responder con dos gestos: el primero lo hace levantando los hombros, mientras estira un poco la boca y abre ambas manos (código universal para decir que no tiene idea), el segundo es una mezcla de varias acciones; con su dedo ella apunta el taller de un compañero; luego hace girar varias veces su dedo índice alrededor de un lado de su cabeza; y después hace un movimiento rápido con una mano, como si estuviera barriendo algo invisible. Logro interpretar fácilmente cada gesto: no fue ella quien dejó la rama, fue otra persona.

La hostilidad Llega a tal punto que nadie es capaz de comentar nada sobre la rama y esta, de a poco, empieza a crear su propio lugar dentro del lavaplatos. Producto del agua que la rama ha ido absorbiendo, un lado de la madera ha quedado más oscuro que otro. Me imagino que es porque la rama va perdiendo color o, más probablemente, porque se le han pegado los residuos del café.

Somos tres en este taller. Arrendarlo fue un plan conjunto, pero luego de casi un año, la relación se ha reducido a saludarnos de lejos al llegar o salir. Intentando marcar una diferencia, a uno le pregunto “¿cómo estás?”. A otro, simplemente, le digo “hola”.

Un día por la mañana, entré en la cocina y la rama estaba ordenada. Ordenada no es la palabra, pero estaba perfectamente erguida, posada verticalmente en una esquina del lavaplatos. La rama, al igual que nosotros, tiene un ciclo de rutinas, y en la mañana parte el día más ordenada. Al mismo tiempo entendí el mensaje de quien ordenó la rama: “esto no me pertenece y prefiero ordenar la rama en vez de hacer el trabajo de alguien más y botarla”.

Después de unos días, comencé a pensar que la rama era útil. Al poner platos o metales sobre la superficie del lavaplatos, la rama amortiguaba el golpe entre una superficie y otra. Los platos no sonaban. Los metales no se rayaban.

La rama desapareció, y recién en ese momento me di cuenta que, de alguna manera sutil, la había animado. Ahora comienza un periodo sin la vida de la rama. La extraño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ii. Sausal

Durante mi infancia, coleccionaba pelotas de fútbol que caían en el patio trasero de mi casa. La casa colindaba con un sitio baldío usado como cancha de fútbol y que, originalmente, había sido uno de los centros de entrenamiento profesional más importantes del país: El Sausal. El Sausal debía su nombre a un gran sauce llorón que crecía junto a un riachuelo, justo al lado de la puerta principal del lugar. El Sausal terminó siendo una planicie de tierra con delgadas líneas chuecas dibujadas con cal, en donde durante los fines de semanas se celebraban fiestas y asados que, frecuentemente, terminaban en peleas de borrachos.

Un año, entraron a robar a muchas casas del barrio y los vecinos le echaron la culpa al sitio eriazo. Comentaban que no sólo era un escondite de ladrones y drogadictos, sino además, un vertedero ilegal. La junta de vecinos decidió remodelar el muro circundante, elevándolo un metro por encima del anterior. El nuevo muro era muy similar al antiguo, pero había una diferencia tonal entre la pintura nueva y la antigua.

Mis papás todavía viven en la misma casa, pero ahora la pared divisoria entre su casa y el sitio de El Sausal está pintada de verde. Mi mamá dice que ahora el patio se ve “más bonito y más vivo”.

 

 

 

iii. Plátano de sombra

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mientras escribo este texto, miro fijo un gran árbol desde mi ventana. Miro más bien un grueso tronco de Plátano de sombra de aproximadamente un metro de diámetro. Es un tronco peculiar que a través de su corteza se van dibujando distintos patrones en forma de manchas, similares a los diseños del camuflaje militar: manchas irregulares grandes, manchas irregulares medianas, manchas irregulares pequeñas.

Si tuviéramos que ponernos de acuerdo sobre el color del tronco, diríamos unánimemente, verde. Pero en realidad, el tronco está compuesto por una mezcla de colores, que incluye casi tres tonos de grises rojizos, un verde muy claro (que en ciertas zonas llega a un blanco opaco) y, algunos sectores, tonos anaranjados. Una de las particularidad del tronco del Plátano de sombra es que a medida en que va envejeciendo, pierde sus ramas más pequeñas y delgadas, justamente las ramas que en su juventud crecieron en la copa árbol. Así, a medida que se hace viejo, su estructura se reduce a unas pocas ramas grandes. Los árboles más viejos son una especie de “Y”, que ha comenzado a desplazarse y perder su rígida forma de “Y”.

El tejido del tronco va creciendo desde su núcleo más profundo hacia afuera. A medida que esto sucede, la capa exterior de su corteza, al no tener la flexibilidad suficiente, se agrieta, se rompe y luego cae, para dar paso a una nueva capa, más íntima y de otro color. Este cambio en su corteza se da de manera heterogénea, lo que hace que sus distintas capas se expongan a la luz en distintos periodos. Todo este proceso continuo provoca la entremezcla de colores, generando un casi perfecto patrón de camuflaje. Un color verde que se transforma en una superficie compleja, señalando, de manera secreta, un núcleo impenetrable.

Entendemos que las cosas se superponen inagotablemente en distintos eventos aleatorios. Así, las cosas, como los troncos, terminan desgastándose y perdiendo su forma y color. Dejamos de ver pequeñas áreas de cortezas y sólo vemos una gran masa verde. Nos mantenemos ocupados intentando separar individualmente cada capa y ponerle apellido a cada verde: verde musgo, verde oliva, verde vejiga. Entendemos que estamos jugando un juego por mantener las cosas separadas unas de otras: los muros se reconstruyen, los arboles se podan, las reglas se vuelven a inventar.

 

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