Henry David Thoreau ~ Fragmentos de sus Diarios


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22 de octubre de 1837

«¿Qué estás haciendo ahora?» —preguntó. «¿Llevas un diario?».
Así que hoy escribo mi primera entrada.

 

Soledad

Para estar solo, considero necesario escapar del presente. Me evito. ¿Cómo estar solo en la cámara de los espejos del emperador romano? Busco una buhardilla. Ni molestar a las arañas, ni barrer el suelo, ni ordenar los troncos. Los alemanes dicen: «Es ist alles wahr wodurch du besser wirst».

 

El moho que dejan nuestras acciones
24 de octubre

Todo en la naturaleza nos enseña que la extinción de una vida es lo que abre espacio para la aparición de otra. El olmo muere en el suelo, y deja en su corteza un rico moho virgen que le dará vigor y vida al bosque que está naciendo. El pino deja un terreno seco y estéril; las maderas más duras, un moho fuerte y provechoso. Así que esta constante erosión y descomposición crea el terreno para mi futuro crecimiento. Del modo en que ahora vivo, eso cosecharé. Si cultivo pinos y abedules, mi moho virgen no podrá sostener el olmo; pero pinos y abedules, o, quizá, zarzas y hierbajos, conformarán mi segundo crecimiento.

 

Patos en el Goose Pond
29 de octubre

Dos patos, de la especie joyuyo o Carolina, que estaban chapoteando felices en su cuenca favorita, comenzaron a retirarse según me acercaba, y parecían dispuestos ya a irse a la francesa, nadando con la majestuosidad de un cisne. Son nadadores de primera clase, y me ganan incluso a ritmo pausado. Cada par de minutos —aspecto para mí nuevo en el carácter de los patos—, buceaban y nadaban un buen trecho bajo el agua, rehuyendo nuestra curiosidad. Justo antes de la inmersión, parecían mirarse y darse el consentimiento, y, como si se hubieran puesto de acuerdo, al instante siguiente estaban patas arriba y cabeza abajo. Cuando reaparecieron, fue divertido ver el aire de satisfacción con que se lanzaron a repetir el experimento.

 

La punta de flecha

Cuatro o seis semanas atrás ocurrió un incidente curioso que creo vale la pena anotar. John y yo habíamos estado buscando reliquias indias. Ya habíamos encontrado dos puntas de flecha y un mortero, cuando, una tarde de domingo, con nuestras cabezas rebosantes de pasado y de ecos, caminábamos hacia la desembocadura del Swamp Bridge Brook. Según nos acercábamos a la cima de la colina que forma el banco del río, inspirado por el entorno, me lancé, con violenta gesticulación ilustrativa, a una extravagante alabanza de aquellos tiempos salvajes.

«Ahí en Nawshawtuct» —dije— «estaba su morada, el lugar de encuentro de la tribu, y más allá, en Clamshell Hill, el lugar para la caza. Sin duda, este era uno de sus parajes preferidos, y aquí, en esta cima, estaba posiblemente uno de los puestos vigías. Cuántas veces han estado en este mismo punto, a esta misma hora, cuando el sol, poniéndose sobre los bosques, doraba con sus últimos rayos las aguas del Musketaquid, y ellos hacían recuento de los éxitos del día y de las expectativas del día siguiente, o se reunían con el espíritu de sus padres hace mucho exiliados en la tierra de las sombras».
«Aquí estuvo Tahatawan» —exclamé— «y allí» —completando la arenga— «está la punta de flecha de Tahatawan».
Enseguida nos sentamos en el lugar que había indicado, y yo, continuando la broma, levanté la piedra vulgar y semienterrada que mi capricho había elegido, que, quién lo iba a decir, resultó ser una perfecta punta de flecha, ¡tan afilada como si acabara de salir de las manos de su fabricante indio!

 

Escarcha y río verde
28 de noviembre

Todo árbol, toda valla o brizna de hierba que podía esta mañana asomar la cabeza por entre la nieve, estaba cubierto por una densa escarcha. Los árboles parecían criaturas aéreas de la oscuridad, sorprendidas sesteando. A un lado, estaban apiñados, sus cabellos grises ondeando, en un valle aislado en que el sol aún no había penetrado. Y en el otro lado, parecía como si hubieran huido en fila india, por entre los setos y cursos de agua, mientras los arbustos y las hierbas, como elfos y hadas de la noche, trataban de ocultar sus encogidas cabezas en la nieve. Las ramas y las hierbas más altas estaban cubiertas por un maravilloso follaje de hielo que respondía, hoja a hoja, a sus vestimentas veraniegas. Se podía distinguir perfectamente el centro y su bifurcación, e incluso las más diminutas fibras, junto a los bordes dentellados. Estas hojas (cuando el árbol no estaba inclinado hacia el este) estaban en el lado de las ramitas y rastrojos opuesto al sol, encontrándoselo, sobre todo, desde ángulos rectos, y había también, sobre estas hojas, otras que sobresalían formando todo tipo de ángulos, amontonadas unas sobre otras. Me sorprendió que estas hojas fantasmas, así como las verdes, cuya forma imitaban, fueran criaturas bajo una misma ley. No podía ser en obediencia a dos leyes distintas que los fluidos vegetales se desarrollaran gradualmente hacia la hoja perfecta, por un lado, y, que, por otro, las partículas cristalinas, con el mismo orden admirable, se agruparan imitando su modelo vegetal. El río, mirado desde la orilla que hay más arriba, tenía un color verde amarillento, pero desde más cerca, este fenómeno desaparecía; y aun así, el paisaje estaba cubierto por la nieve.

 

El cielo en la Tierra
6 de enero

Igual que un niño espera con anticipación el verano, así podríamos contemplar con alegre calma el ciclo de las estaciones en su infalible eterno retorno. Igual que la primavera volvió durante tantos años de los dioses, podríamos admirar y adornar de nuevo nuestro Edén, sin cansarnos jamás.

 

Qué hacer
5 de marzo

¿A qué lleva todo este garabatear? Lo que acabo de anotar enel ardor del momento, puede uno observarlo con cierta satisfacción, pero, ¡ay!, mañana, esta noche, ya está pasado, ha quedado sin relieve e inútil. En breve, ya no es; solo su cáscara pervive, como un caparazón de langosta cocida que por mucho que tiremos lejos de nosotros aún nos mira desde la senda.
¿Qué puede hacer un hombre, sin avergonzarse de ello? Puede, claro, no hacer nada, y razonablemente le pondrán el mote de Hacenada, con el que él mismo ya se ha bautizado, pues fue el primero en esconderse. Pero digamos que hace algo, ¿es menos Hacenada por ello? ¿De verdad ha hecho algo, o más bien lo ha deshecho?

 

Composición
7 de marzo

No debiéramos lanzarnos fríamente a analizar nuestros pensamientos, sino hacer, con el lápiz ecuánime y al nivel de la corriente, su transcripción precisa. El impulso, a fin de cuentas, es el mejor lingüista, y su lógica, aunque no se adecua a las de Aristóteles, es del todo convincente. Cuanto más nos acercamos a una sencilla pero completa transcripción de nuestro pensamiento, más tolerable será la pieza. Pues pensarnos en estado de pasividad o acción involuntaria nos es soportable, no así el hacerlo desde nuestros esfuerzos, y mucho menos desde aquellos que son poco frecuentes.

 

La pérdida de un diente
27 de agosto

Soy una criatura de las circunstancias, la verdad. Me he tragadoun diente indispensable, y ya no soy un hombre completo, sino un trozo lisiado y titubeante de hombría. Soy consciente de que no hay hueco alguno en mi alma, pero parece como si ahora la entrada al oráculo se hubiera hecho más honda, y las respuestas que vienen de él fueran más escasas y banales. Desde que ocurrió este accidente, me he sentido cojo, y apenas me atrevo a alzar la cabeza entre otros hombres. No puedo hacer nada con la misma libertad y tan bien como lo hacía antes; cualquier cosa que emprendo queda entorpecida y obstaculizada por esta circunstancia. La Virtud y la Verdad están indefensas, y se me lanzan a los dientes la Falsedad y la Afectación, aunque estoy sin dientes. Dejemos que el cojo agite su pierna y se alinee con los más veloces de su raza. Que haga lo que pueda. Pero que quien ha perdido un diente no abra tan resueltamente la boca para farfullar, cecear o escupir mientras habla.

 

Ríos
5 de septiembre

Esta tarde, por primera vez me he dado cuenta de la maravilla que es un río. Un inmenso volumen de materia, corriendo incesante a través de los campos y prados de esta tierra, apresurándose desde sus alturas originales, y pasando junto a las moradas estables de los hombres y junto a las pirámides egipcias, hasta llegar a su inquieto embalse. Uno podría pensar que, movidos por un impulso natural, los habitantes de la cabecera del Mississippi y del Amazonas seguirían el rastro de sus aguas para ver el final de esa materia.

 

El valle del sueño
20 enero de 1839

La perspectiva del valle de nuestro río desde el desfiladero de Tahatawan se me volvió a revelar en sueños.

 

 

A la deriva
Abril

Navegando a la deriva, durante un día sofocante, en las aguas mansas del estanque casi dejo de vivir y empiezo a ser. Un pescador tumbado en la cubierta de su barca, retozando con el mediodía, podría ser tan buen emblema de la eternidad, para mí, como la serpiente con su cola en la boca. Rara vez tengo esta inclinación a perder mi identidad. Estoy disuelto en la neblina.

 

 

 

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