Mike J. Allen ~ Espionaje, intriga y el origen de la frutilla moderna


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Traducción y adaptación de Benjamín Urzúa Castillo, originalmente publicado como The 18th-Century Spy Who Gave Us Big Strawberries en Atlas Obscura.

 

En 1711, la Guerra de la Sucesión Española no estaba siendo exitosa para Francia, un país en ese entonces gobernado por Luis XIV, monarca conocido por su afición a las frutillas. Esos dos factores —una Guerra intercontinental europea, y la fruta favorita del rey— parecieran ser factores aislados, pero frutillas y espionaje estaban a punto de converger de una forma impredecible.

El nieto de Luis XIV había sido recientemente puesto en el trono español, lo que había desequilibrado dramáticamente la balanza del poder en Europa, acarreando el escalamiento del conflicto. Con miedo de que los españoles bloquearan el acceso y negocios de los franceses en el Pacífico americano, Luis XIV envió al ingeniero militar Amedée François Frézier a través de las aguas del atlántico, infestadas de piratas, y a través del Cabo de Hornos para mapear el área y recoger información valiosa de los enemigos del rey. Frézier se hizo pasar por mercader “para infiltrarse mejor con los gobernantes españoles y tener la oportunidad de aprender de sus fortalezas, o cualquier otra cosa de la que quisiera ser informado” (de acuerdo a una traducción de su diario personal: Relación del viaje por el mar del sur).

Frézier era un verdadero hombre renacentista, un erudito. Se dice que leía 6 horas al día y escribía libros sobre todo, desde pirotecnia hasta arquitectura. “Relación del viaje por el mar del sur” refleja esa mentalidad igualmente interesada en la ciencia y en la ingeniería. pero contrario a su ocupación profesional, fue su casi accidental contribución a la horticultura lo que tuvo mayor impacto.

Amédée François Frézier

Las dos especies de frutillas americanas comparten un aspecto genético único, tienen 8 pares de cromosomas, lo que se conoce como octoploide. La frutilla de virginia o Fragaria virginiana (segunda imagen), es nativa de los terrenos boscosos de Norteamérica y su prima, la Fragaria chiloensis, es originaria del Pacífico Noroeste. Las dos se hibridizan fácilmente entre sí, y probablemente comparten un ancestro común de Asia. Como casi todas las frutilla silvestres, ambas son chicas, del tamaño de un arándano.

Hace quizás 100.000 años, la Fragaria chiloensis hizo un largo viaje hacia el suroeste. Se asume que las aves migratorias comieron la fruta y esparcieron las semillas por toda la costa hacia Chile y hacia Hawai. Sintiéndose cómodas en su nuevo hogar, algunas de estas semillas comenzaron a germinar en distintos poblados. La Fragaria chiloensis es comúnmente llamada frutilla Chilena (tercera y quinta imagen), porque fue ahí donde creció su popularidad cuando, hace miles de años, los primeros habitantes en las orillas del Río Biobío comenzaron a domesticarlas. En los jardines de los Mapuche y los Picunche, las pequeñas frutillas del Noroeste americano se convirtieron en frutos de un tamaño sorprendente para cualquier extranjero visitante.

Mientras tanto, la frutilla de virginia, cuya historia está perdida, hizo su trayecto de América a Europa en algún momento a principios del siglo XVII. A pesar de su pequeño tamaño, era de un intenso color (se conocía como la frutilla escarlata) y sabor, toda una curiosidad para la horticultura.

En 1712, Frézier llegó a Concepción, entonces un pequeño enclave español a orillas del Biobío. En el día recorría fortalezas y se codeaba con los oficiales españoles, de noche dibujaba mapas y tomaba notas de sus enemigos. Pese a que trabajaba para un gobierno, en principio, no enemistado con los españoles fuera de Europa, cualquier descubrimiento de sus verdaderas intenciones habría resultado en ser “enviado de vuelta con grilletes en los talones”, o incluso su muerte, en sus propias palabras.

Frézier escribió sobre de las frutillas de Concepción, que eran grandes y casi blancas, y que eran casi las únicas frutas que se comercializaban. Los otros productos eran generalmente negociados en trueques u otros acuerdos por las comunidades locales. Añadió que crecían “tan grandes como una nuez, y a veces como huevos de gallina”. Quizás sabía del gusto del rey por la fruta o quizás supo reconocer su valor por sí solo. En cualquier caso, volvió de Chile en 1714 con 5 plantas vivas.

 

Un mapa de los viajes de Amédée Frézier a Sudamérica

 

Frézier le había prometido 2 plantas al superintendente del barco, que proveyó con agua para su sobrevivencia durante el viaje. De las 3 restantes, Frézier regalo una a su superior en Brest, Francia, y una a Antoine de Jussieu, el encargado de los Jardines Reales de París. La última la guardo para él.

Las frutillas chilenas, al igual que muchas otras frutillas, se clonan a si mismas de forma asexual: una planta rápidamente creará una alfombra de varias plantas idénticas genéticamente. De acuerdo al espíritu científico de la época, Jussie se apresuró a enviar muestras a sus colegas internacionales, pero había un problema: no producían frutos.

Nadie en ese momento lo sabía, pero muchas especies de frutillas son dioicas: cada individuo es de un sexo y necesita de su par opuesto para producir frutos. Frézier, probablemente tomó sólo las plantas que daban frutos, o sea las plantas hembras. Por eso, sus frutillas chilenas permanecieron infértiles por años, produciendo ocasionalmente alguna frutilla deforme. Tal como sus primas, las frutillas de virginia, parecían destinadas a ser una curiosidad de la horticultura, ya que su estructura genética les impedía reproducirse con la mayoría de las otras especies.

Fragaria chiloensis, ilustrada en el texto de 1717 de Frézier Relation du voyage de la mer du Sud aux côtes du Chili et du Pérou fait pendant les années 1712, 1713, y 1714.

 

Luego, en 1764, Antoine Nicolas Duchesne, un joven de 17 años, se hizo conocido al presentar al rey Luis XV una bandeja de frutillas chilenas tan grandes y hermosas que el rey mandó a ilustrar para la colección de la Biblioteca Real. Después de su proeza, el rey financió la investigación de Duchesne con el objetivo de recoger todas las especies de frutillas conocidas en Europa para el Jardín Real de Versalles. Pero, a pesar de su tamaño y color, las frutas de Duchesne eran estériles. Esto porque había usado especies europeas, Fragaria moschata, que eran lo suficientemente similares para polinizar a su variante chilena y estimularlas a producir frutos, pero no para crear semillas viables.

Duchesne continuó haciendo varias grandes descubrimientos en el campo de la botánica gracias a su estudio de las frutillas y, de hecho, escribió el que quizás sea el primer artículo botánico específico acerca de las frutillas. Incluso intuyó algunos conceptos fundamentales acerca de la evolución, como la mutabilidad de las especies, anticipándose por unos 100 años a la publicación del Origen de las especies de Darwin. Pero por muy talentoso que fuese, Duchesne no fue quien resolvió el problema de la frutilla Chilena.

Antoine Nicolas Duchesne

 

Los descubrimientos de Duchesne fueron amplificados por éxitos similares en Brest (Francia), donde los agricultores encontraron similitudes entre la frutilla chilena, la frutilla de virginia, y la frutilla europea. Cuando las plantaban una junta a la otra producían cosechas increíbles. “Esta ciudad y su vecindades están tan bien provistas de frutillas que uno incluso las encuentra a la venta en los mercados locales”, anotaría Duchesne en 1765.

Los agricultores y jardineros europeos estaban, consciente o inconscientemente, estimulando el crecimiento de frutos de las frutillas chilenas y así las semillas de esas frutas comenzaron un proceso de hibridación. Muchas muestras y descripciones de ellas llegaron a Duchesne. Eran plantas vigorosas y turgentes capaces de producir frutos grandes y aromáticos. Estas fueron los primeros ejemplares de las frutillas contemporáneas que podemos encontrar en todo el mundo.

En 1776, Duchesne se convirtió en la primera persona en entender que los padres de estos híbridos eran dos variantes provenientes del Nuevo Mundo. Como los botánicos más adelante comprenderían, ellas habían comenzado como una sola especie en la prehistoria, diseminado a lo largo y ancho de las Américas, cultivadas hasta un gran tamaño por Mapuches y Picunches, y finalmente reunidas en Francia. Duchesne llamó a esta reunión inesperada Fragaria ananassa, porque “el perfume de esta fruta es similar al de la piña”. Como su pariente chilena, las frutas eran grandes, pero el color era más profundo y el sabor más pronunciado. Para más, las plantas eran auto-fértiles, por lo que cada planta se podía reproducir por sí misma.

Tomaría más tiempo y más generaciones, pero la Fragaria ananassa lentamente se esparció por el mundo, convirtiéndose en la especie dominante. Cada cajita plástica que has comprado en un supermercado, cada bolsa que has comprado en cualquier feria, probablemente es una variante de la misma especie: cruces entre las dos provenientes de América. Sólo ocasionalmente alguna variedad silvestre de frutilla de virginia o antiguas frutillas chilenas son usadas para mejorar las variantes comerciales, o son introducidas para generar una característica novedosa (en algunas partes se venden híbridos que conservan la blancura de la variedad chilena y se venden bajo el nombre de pineberry).

Los grandes predios de cultivo en California de Fragaria ananassa han avasallado los cultivos tradicionales en Chile, Perú y Ecuador. Aún así existen pequeños enclaves de venta de frutilla chilena y esas pequeñas producciones siguen proveyendo de importante material genético a los agricultores contemporáneos. Esto evidencia que la relación intercontinental sigue activa, la misma que se inició hace 300 años, cuando la información más importante que un espía francés extrajo de su travesía por Sudamérica, fue la información genética de una especie superior de frutillas encontrada en Chile.

 

Fragmento Mister Lonely (2007)

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