Céline Fercovic ~ Mirar la carretera


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Extensión del texto publicado en la revista digital Relieve Arte Contemporáneo (28.05-20)

 

Todos, salvo algunos iluminados o indiferentes, sabemos que vamos a chocar con el muro, y que vamos mucho más rápido de lo previsto.
Isabelle Stengers

 

Sin duda, y por motivos de fuerza mayor, la propagación mundial del Covid-19 ha pausado nuestro ritmo habitual. Los museos han cerrado hasta nuevo aviso y las actividades culturales se han reinventado en formatos digitales. Sin embargo, la práctica artística sigue engendrando objetos e imágenes en concordancia a las nuevas condiciones de vida en confinamiento.

Cuando en febrero de 2013 Isabelle Stengers expuso ¿Es posible ralentizar? en la Universidad Libre de Bruselas, anticipa que no hay respuestas definitivas a la pregunta planteada, pero que su importancia radica en hacernos pensar. Para Stengers, ralentizar es apropiarse de la divergencia, de modificarnos, transformarnos y hacernos entender nuestros propios intereses de otra manera y sin neutralidades (sin amarillismos como diríamos en Chile). Es, fundamentalmente, dudar: me detengo, paramos todo y reflexionamos.

Santiago Miranda Nam, artista e ilustrador chileno, ha compuesto bocetos, ilustraciones digitales, animaciones y pinturas con pasteles al óleo en diálogo con el contexto actual. Ya no desde la ciudad, porque dentro de las consecuencias que atrajo esta pandemia, muchos, como Santiago, volvieron a sus localidades de origen.

Desde Curacaví (Piedra del festín en Mapudungun), Santiago sigue una cotidianidad poco doméstica: acompañados por sus perros, fumando, paseando por los solitarios cerros del valle y sobretodo dibujando.

Uno de sus primeros dibujos entornos a la pandemia fue + Insumos. Similar a las ilustraciones que diseñó durante las movilizaciones sociales iniciadas en octubre del año pasado, la ilustración aborda con actitud de urgencia, la falta de insumos médicos en el país y las carentes políticas públicas aplicadas al sistema de salud, antes y después de la llegada del Coronavirus.

 

Santiago Miranda, + Insumos (2020).

Santiago Miranda, + Insumos (2020).

 

En la ilustración, uno de los personajes cae desmayado al suelo. El personaje no tiene guantes ni mascarillas, es el que rompe la ronda y sucumbe ante el virus, abriendo un espacio por donde se escapa hacia el exterior. Y ahora, ¿quién vive, muere o queda en un limbo?: todos estamos expuestos. Sea como sea, la culpa no es de quien vive hacinado, mal alimentado y respirando gases tóxicos que lo vuelven propenso a enfermedades pulmonares. La culpa es de quienes permiten que esas precarias condiciones de vida existan y se extiendan sin un mínimo arrepentimiento.

En abril, Santiago trabajó con otros procedimientos. Uniendo lo análogo y los digital hizo Para el culebrón todo campo es camposanto. Una versión de él mismo, algo onírica, está presente en ese personaje que camina por los cerros. A diferencia de lo que se puede imaginar, Santiago sube el cerro para ver cuáles son los límites del paisaje, para ver qué está más allá de esos cerros. Lo curioso es que su atención se fija en la carretera vista desde lejos y en el flujo de autos que pasan por ella.

 

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Santiago Miranda, Para el culebrón todo campo es camposanto (2020).

 

En una de esas caminatas, sin posibilidades de contagio ni de contagiar, Santiago se topó con una culebra sobre la huella del camino. La culebra le cortó el paso. Pensó en el culebrón, ese animal de la mitología rural chilena similar al basilisco griego, el rey de las serpientes. En Chile, toparse con el culebrón es sinónimo de suerte porque él custodia un tesoro al que te puede guiar. Contrario a esa leyenda y desde el cristianismo, la serpiente encarna la figura de un demonio seductor, el animal del pecado original. Pero desde la filosofía oriental, la serpiente simboliza la sabiduría, el cambio y la renovación, al saber cuándo mudar su piel. De todos modos, Santiago prefirió no pasar por encima de ella y cambiar de rumbo.

Ya en casa, y con la pregnante imagen de la serpiente en su cabeza, Santiago dibujó su recorrido por el cerro como extensión de los serpentosos movimientos del reptil. Después de su solitario paseo, concluyó, en plena cuarentena campestre, que sus dibujos delinean un momento de evidente cambio e incertidumbre.

En su serie de pasteles al óleo, aún sin título, pintó directamente sobre papel, esta vez componiendo desde el color y no desde la línea. Los personajes principales de esta serie fueron una batería que fuma y un muro que la protege e interrumpe el paso. La imagen de la batería representa la vida de los dispositivos electrónicos y aunque sus diseños varían ligeramente dependiendo del aparato, siempre está señalada de la misma manera en la esquina superior de nuestros dispositivos para indicar su nivel de carga y así, ampliando o reduciendo el tiempo que tenemos para acceder a la vida contemporánea, intrínsecamente electrónica.

 

Santiago Miranda, Sin título (2020).

 

El muro, por su parte, fue otra manera de representar el tema de los bordes que hace rato orbita en su trabajo. Los bordes como fronteras territoriales de países, los bordes del cuerpo y de los objetos que nos permiten separar, quizás arbitrariamente, una cosa de otra. En el caso del muro, los bordes son colores y tienen texturas, parecen despellejados y también tienen ciertos aspecto de carne molida. De todas maneras, este muro compuesto por ladrillos de carne, poco funcional o medio inútil, sirve para que la batería fume su cigarro sobre la carretera, evitando ver el túnel al que se dirige la calle.

Todo lo anterior, incluso el muro que fragmentariamente corta la carretera, son los símbolos que Santiago usó para representar algo que aún no comprende por completo. ¿Y quién sí? Probablemente tiene que ver con el desasosiego.

Su animación de Como el musguito, comenzó a fines de enero cuando comenzaron a llegar las noticias del Coronavirus a Chile y cuando todavía las tomábamos con incredulidad y lejanía. Con el objetivo de colaborar con el proyecto de Tomas Barrera visitó su taller lleno de terrarios. Luego viajó a Ecuador y fue ahí donde comenzó el storyboard, conociendo nuevos paisajes y permeado por altos niveles de humedad ambiental.

 

Santiago Miranda, Como el musguito (2020). Colaboración para el taller de Tomas Barrera.

 

Esa relación con la naturaleza que comenzó en los terrarios, pasó por el trópico ecuatoriano y posteriormente derivó en la abrupta llegada del Covid a Sudamérica y su consecuente cuarentena, lo llevó a rearticular las imágenes de la animación. Durante el proceso, Santiago tuvo muy presente Nausicaä del Valle del Viento de Miyazaki, relacionando los hongos de la película con los que había visto en los terrarios. En Nausicaä existe un mundo o pueblo (nunca se sabe) invadido por tóxicos hongos e insectos gigantes amenazantes para las personas.

Bajo la perspectiva humana, la naturaleza no domesticada puede representar peligros, pero en realidad su germinación y expansión sigue sus propias lógicas. Lo que comúnmente llamamos hongos, no son más que los frutos exteriores del micelio (conjunto de filamentos cilíndricos que forman la parte vegetativa de un hongo). El micelio es una red comunicativa parecida a la de internet. Acercarse a esas interconexiones propias de la naturaleza, hizo que Santiago pensara en la “vuelta a la naturaleza”, pero no necesariamente como un abandono de la ciudad, sino como el respeto por su comunicación, inteligencia y sensibilidad, intentando asimilar sus redes a las operaciones de la vida social. Algo de esto, y obvio que mucho más, está presente en el libro The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins de Anna Lowenhaupt Tsing.

Y entonces, ¿será posible que ciertas prácticas artísticas contribuyan a ralentizar la “brujería capitalista”[1]? Quizás sí, quejándose sin calma ni consuelo, reaccionando sin que el tiempo las devore, graficando los problemas que nos conciernen para pensar juntos.

 

[1] Stengers, I. y Pignarre, P. (2018). La brujería capitalista. Hekht Editora, Buenos Aires.

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